martes, 29 de octubre de 2013

LEYENDAS CORDOBESAS (III)

Aspecto actual del convento de la Merced (hoy Diputación Provincial)
     Releyendo el libro "Casos Notables de la Ciudad de Córdoba" y dada la cercanía con el día de difuntos, aprovecharé para recordar una leyenda cordobesa relacionada con el tema. Se trata de la historia de Don Fernando de Cárcamo, un rico y noble caballero además de juerguista que vivió en nuestra ciudad y cuya extraña conversión nos recuerda a los casos que ya comentamos en este blog del sevillano Miguel de Mañara o del jesuita Francisco de Borja. 
Si despojamos de su halo de leyenda estos hechos veremos que se trata de historias con un fuerte toque catequizador para incitar a la piedad, al recogimiento y a la religiosidad a los fieles de la época. Así que respetaré la leyenda que nos han legado a la posteridad por medio de la tradición escrita y oral.
     Parece ser que, cierta noche, Don Fernando de Cárcamo andaba sumido en una de sus francachelas cuando salió de la ciudad por la Puerta de Osario y hallándose cerca del convento de la Merced (hoy sede de la Diputación Provincial), comenzó a escuchar unos alaridos femeninos que provenían de un tejar cercano. Asomado a la tapia del establecimiento observó a una mujer que lloraba por el fallecimiento, minutos antes, de su marido. Como debió de verla en estado de shock, y apiadándose de ella, decidió ayudarla con el cadáver y, tras dejarlo amortajado, la envió en busca de un cura para sacramentar como Dios mandaba al finado. 
Puerta de Osario (hoy cruce de Calle Osario con Ronda de Tejares)
     Se desconoce cuanto tiempo pasó Don Fernando acompañando al difunto, lo que se dio por cierto es que en algún momento de la noche se levantó del lecho mortal, cual walking dead moderno, atacándolo a traición y por sorpresa. La cara de Cárcamo debió de ser un poema y no precisamente de Góngora ni Quevedo. Tras un período indeterminado de lucha y cuando parecía que Don Fernando estaba más cerca de acompañar al inesperado zombi en su travesía al más allá que de seguir vivo, misteriosamente fue liberado, a la vez que el muerto retornaba a su posición original. 
     Enseguida entraron por la puerta la flamante viuda, el cura y un médico que certificaron, sin género de dudas, que ese difunto estaba bien muerto. Todo ello ante la cara de estupefacción de Don Fernando de Cárcamo, quien no contó nada de lo sucedido, quizá porque no le creerían y le tomarían por beodo además de por crápula. Tras abandonar la casa, Don Fernando se dirigió a un monasterio situado en la Arruzafa donde solicitó el ingreso en el mismo para purgar sus pecados pasados, allí permaneció el resto de su vida y falleció, como se decía entonces, en olor de santidad. 
     El mérito de esta historia es que tuvo lugar siglos antes de que los guionistas de Hollywood convirtieran los encuentros con muertos vivientes en series de éxito, y la moraleja que podemos extraer sería que los encuentros con zombis es lo que tienen, que vuelven del revés tu vida como un calcetín. 

viernes, 4 de octubre de 2013

EL MOTÍN DEL TÉ DE BOSTON

Momento del motín del Té.
     Explicando, como hace varios años ya, el proceso de independencia de los Estados Unidos de América, siempre hay que fijar como punto de partida un acontecimiento histórico como el "Motín del Té" (16-XII-1773). Quizás hoy nos podría parecer algo cómico que un grupo de hombres se vistieran de indios, un disfraz que nunca falla en carnavales, para arrojar la carga de té de los navíos ingleses atracados en el puerto de Boston. Pero ni estaban en carnavales ni su acto pretendía ser una mera queja más, se trataba de una protesta, en toda regla, contra el sistema impositivo fijado por la metrópoli británica a los colonos norteamericanos. 
     Considerando la costumbre inglesa de tomar el té, unas hojas producidas en sus colonias asiáticas cuya venta en América era monopolio de la "Compañía Británica de las Indias Orientales" y de las que se obtenía una excitante infusión, fijar unas leyes (Tea Act) sobre ellas suponía una vuelta de tuerca más sobre unos colonos que no estaban representados por nadie en el Parlamento londinense. Esto suponía que sus reivindicaciones no eran tenidas en cuenta en ningún círculo de decisión política, lo que los condenaba a ser ciudadanos de segunda. 
     Por todo ello, la tensión explotó en forma de acto reivindicativo cuyas consecuencias posteriores (bloqueo del puerto de Boston) hicieron que fuera considerado como uno de los detonantes de la guerra. Por cierto, las hojas de té flotaron por las costas de Massachusetts durante semanas.