jueves, 12 de marzo de 2015

ANÉCDOTAS HISTÓRICAS (IV)

El General Ramón María Narváez (1800 - 1868)
     El siglo XIX español es muy proclive a anécdotas de carácter curioso. Si en una entrada anterior hablábamos de lo que le ocurrió al general Leopoldo O'Donnell (1809 - 1867) en la despedida de la reina Isabel II cuando éste se marchaba a la guerra de Marruecos, hoy quiero rescatar algo que le sucedió a otro general decimonónico, también presidente del gobierno durante varias etapas. Se trata de Ramón María Narváez y Campos (1800 - 1868). 
     El General Narváez nació en la granadina localidad de Loja, pueblo famoso por su bello emplazamiento y por unos deliciosos roscos que llevan el nombre del lugar. De una familia noble de la zona, Narváez entraría en el ejército con 15 años para ir escalando puestos al calor de los conflictos bélicos que se desatarían en la convulsa España. Enemigo acérrimo del progresista General Espartero, uno de sus rivales, Narváez sufriría el exilio y un atentado del que saldría vivo, para posteriormente entrar en puestos políticos de la más elevada relevancia.
     Con la mayoría de edad de la reina Isabel II, durante períodos alternos de tiempo, y en hasta siete ocasiones entre los años 1844 y 1868, ejercería la Presidencia del Consejo de Ministros, cargo que equivaldría al de actual Presidente del Gobierno. La única salvedad es que los procedimientos para designar al presidente no siempre implicaban la convocatoria de un proceso electoral, la "dedocracia" era más activa que la democracia. Su importancia como figura política del partido moderado en la España del siglo XIX llegó a ser tan honda y sus enfrentamientos con sus rivales tan duros, que fue apodado El Espadón de Loja
Mausoleo del General Narváez en Loja (Granada)
     La anécdota curiosa de Narváez parece ser que se produjo llegado el momento de entregar su alma al Creador. En su lecho de muerte, y como era costumbre, un sacerdote vino a auxiliarlo espiritualmente para hacerle menos aciago su paso al otro mundo. La escena no debió de tener desperdicio, pues se dice que cuando el clérigo le preguntó si perdonaba a sus enemigos, el General negó tajantemente y afirmó: No tengo enemigos, padre, los he fusilado a todos. Desconocemos la cara que se le quedaría al pobre cura al escuchar semejante respuesta, igualmente tampoco se puede asegurar si el insigne Narváez estaba contagiado del pernicioso virus malafornicius granatensis, aunque tal arranque de moribunda sinceridad nos puede hacer pensar que así era.