jueves, 31 de marzo de 2016

LA CURIOSA MUERTE DE FELIPE III


Felipe III (1578-1621)
   Felipe III (1578 - 1621) fue un espécimen más de la endogámica política matrimonial de la Casa de Austria. Sus padres, Felipe II y Ana de Austria eran tío y sobrina respectivamente, pero es que, para asombro del personal, sus abuelos también compartían parentesco, eran primos hermanos. Con semejante pedigrí era fácil que los problemas de consanguinidad se empezaran a hacer palpables en su regia persona. 
     Tuvo un reinado algo breve en comparación con sus antecesores, puesto que ocupó el trono entre 1598 y 1621. Varias decisiones importantes marcaron su actuación, la expulsión de los moriscos (1609), "Tregua de los Doce Años" con los rebeldes holandeses (1609), paces con Inglaterra y Francia o la entrada en la "Guerra de los Treinta Años" (1618-1648). Por otro lado, dejó las funciones de gobierno en manos de validos, el corruptísimo Duque de Lerma y, posteriormente, su hijo el Duque de Uceda. 
     Pero si por algo traigo a estas páginas al tercer Felipe es por una anécdota que circula sobre su fallecimiento, producido tal día como hoy del año 1621. Todo por culpa del protocolo que se seguía en la corte de los Austrias, siempre caracterizado por ser muy estricto, nada se dejaba al azar, todo estaba asignado y reciamente establecido. Pues se da la casualidad que aquel mes de marzo del que sería funesto siglo XVII español, Felipe III estaba despachando sus asuntos de Estado en el Alcázar de Madrid cuando unos criados colocaron un brasero para que su Majestad no sufriera los rigores del frío madrileño. Transcurrido un rato, alguien debió percatarse de que los calores que estaban afectando a la regia persona podrían provocar que tuvieran que recoger al rey de un charco y con fregona. Inmediatamente dieron aviso para que se retirase de allí el popular braserito, tarea que estaba asignada al Duque de Uceda quien en ese preciso momento no se encontraba en el lugar. Como nadie se atrevía a hacer el cometido asignado a otra persona por el regio protocolo, cuando al fin solventaron la incidencia el sudor de Felipe III manaba en abundancia a la vez que le subía la fiebre. 
Cristóbal Gómez de Sandoval y de la Cerda,
duque de Uceda
     Esa misma fiebre y la erisipela (una infección provocada por los estreptococos que se caracteriza por manchas de color rojizo en la piel) aceleraron la entrega del alma del tercer Felipe al Creador. Suponemos que como todo mortal no tendría prisa en resolver ese asuntillo, aunque estamos hablando de reyes absolutos a los que únicamente podría juzgar un indulgente Dios que les haría menos gravosos sus pecadillos. Aún así, extraigamos la moraleja de la historia, hay braseros que matan

martes, 9 de febrero de 2016

EDIFICANTES RELATOS PARA ESTE TIEMPO

     -¡¡¡40 días, pater!!! ¡Pero eso no pué ser! -bramó Centulio.
Centulio Cenagoso Cerezo es un labrador de aspecto cetrino y grandes hechuras, conocido por el sobrenombre del "tresce" por obra de sus padres y gracia de Don Obdulio Colavieja, párroco de San Gregorio, quien obsesionado por el descubrimiento de las reliquias de los santos mártires del Sacromonte decidió expandir la fe única y verdadera bautizando a todos los nacidos entre su feligresía con tan martiriológicos apelativos. Por ello abundan los Cecilios, Hicisios, Maronios, Panuncios, Tesifontes, Turilos y todo el santoral de varones apostólicos martirizados por romanos, visigodos y árabes. 
     -Sí, hijo sí -responde pacientemente el padre predicador Don Rómulo Ortiguilla, apodado entre su parroquianos como "romuloyremo" no por su desmedida afición por la Historia de la antigua Roma, que jamás tuvo tal, sino porque todo el vecindario conoce que Don Rómulo, como experto tocador de señoras, fue sorprendido durante su ministerio evangélico en Cantillana por el cornudo marido barquero de una dilecta beata mientras honraba con ella el pagano arte de Venus. Éste, poseído por la bravura de un Júpiter Tonante, le asestó un tremendo porrazo con el remo de madera maciza de olivo que portaba alcanzándolo de lleno en toda la cocorota y dejándole de recuerdo una pequeña hendidura acompañada de cicatriz que aún hoy se le hace visible, a pesar de la tonsura, junto a la ceja izquierda cada vez que el sol le ataca desde ese lado. 
     -¿¿¿Pero pater??? ¿Me está diciendo que habré de pasar 40 días sin echarme ni un triste cacho carne al gañote y sin poder tener arrejuntamiento con la bendita de mi Venancia? ¡¡¡Que no, que eso no pué ser!!! -gruñó nuevamente Centulio.
     -¡Dios bendito! dame paciencia -musitó Don Rómulo. Éste tiene las entendederas tan cortas como las de su padre Indalecio Cenagoso el "ceporro", de quien se decía que no es que fuera bruto sino que ahorraba en pensamiento, así en su vida nunca tuvo ninguno por no malgastar inteligencia -meditó para sí. 
     -No sé, no sé... -se atestaba Centulio. 
     -Mira Centulín, tu vienes el miércoles, te pongo la ceniza como señal de tu arrepentimiento y penitencia, te comportas como un buen cristiano evitando los pecados y sin dejarte llevar por la tentación durante los próximos 40 días y ya veremos ¿eh? Si fuere preciso te vas a dormir al corral y dejas a la Venancia a lo suyo ¿estamos? -Romuloyremo, perdón, Don Rómulo se ha percatado por el rabillo del ojo que una de sus más fieles feligresas ha entrado con urgencia en busca de confesión, de ahí su premura por despachar al tresce.
     Allá va Centulio con su mugre fielmente pegada al cuerpo por estratos anuales y sus aperos de labranza al hombro, rascándose el pelo ralo de su cabeza a cinco dedos porque no tiene más con qué hacerlo en esa manaza que le dio el Creador y que más parece catálogo de miembros viriles que deditos de novicia bordadora. Mientras tanto y sin abandonar el tema, Don Rómulo saca brillo a su hisopo más preciado mientras departe con la beata en el más sagrado secreto de confesión. Siempre hubo clases y los pecados de unos no son los pecados de otros. 

martes, 26 de enero de 2016

LA TELE CUMPLE 90 AÑOS

John Logie Baird (1888-1946)
     Tal día como hoy de 1926 es una fecha marcada en la Historia de la televisión. El ingeniero e inventor escocés John Logie Baird (1888-1946) desarrolló la primera emisión pública de la que se tienen noticias. Para ello reunió un grupo algo heterogéneo de científicos y periodistas que fueron los primeros que pudieron comprobar in situ tan innovador descubrimiento. 
     Pero no vayan ustedes a pensar que la prueba fue un éxito rotundo, pues por aquella época el color en televisión no era ni siquiera un sueño, además de que la técnica no favorecía precisamente la nitidez de la imagen. Por otro lado, Baird para sus experimentos de transmisión de imágenes en movimiento solía emplear marionetas, lo cual hace que el programa visionado quizás tampoco fuera el colmo del entretenimiento. La parte positiva es que no había mucha competencia entre cadenas como en la actualidad, puesto que la única existente era, como no, Baird TV. Aún así, lo que narraron los privilegiados que asistieron a la emisión demuestra que percibieron rápidamente los usos que tal innovación podría alcanzar en el futuro... y no se equivocaron. 
Baird enseña parte de su nuevo invento
     Meses después las transmisiones continuarían, primero entre ciudades inglesas y posteriormente progresarían cruzando el Océano Atlántico hasta alcanzar el Nuevo Continente. Los periódicos, en sus crónicas, también bautizaron el nuevo aparato como "televisor", término de gran éxito que se transformaría en "la caja tonta" para llegar a ser la tan familiar tele como la conocemos hoy día.  
     En la actualidad el número de emisiones crece sin parar casi a diario y la televisión dejó hace décadas de ser un elemento experimental para convertirse en un entretenimiento de masas alrededor del cual se congregan desde familias enteras para disfrutar de su programa favorito hasta grupos de aficionados para ver el partido de fútbol del equipo de sus amores, todo ello gracias al pionero Sr. Baird. 

miércoles, 1 de julio de 2015

RECOMENDACIÓN BIBLIOGRÁFICA (XV)

     Muchos términos se utilizan para definir lo que consideramos excentricidades de las instituciones o las personas, desde lo casposo a lo más moderno friqui. La prueba de que esas idas de olla son un clásico español, como los toros, el flamenco o la tortilla de patatas, nos la da el maestro de periodistas, ya fallecido, Luis Carandell. Para toda una generación de tele-españolitos mencionar a Luis Carandell es recordarle los informativos o las tertulias de TVE1, donde este personaje televisivo con sus gafas y su sempiterna perilla se dirigía a nosotros con su firme voz. Ahora además, los más jóvenes podemos tener acceso a una de sus recopilaciones periodísticas que nos muestran el lado más poco convencional, o rancio si ustedes quieren, de una España que se asomaba a la modernidad de los años 70. 
     Y es que gracias a las editorial Maeva, y prologado por el televisivo Pablo Motos, podemos disfrutar nuevamente a los 45 años de su primera publicación de todo un clásico del humor carpetovetónico. Como se afirma en las críticas, es una forma más de acercarnos a nuestra historia y así conocernos para querernos un poquito más. Por este show desfilarán desde las "pililas" marca Tudor a editoriales que prometen por fascículos la técnica definitiva para poner a sus pies a las mujeres, pasando por libros de cocina convenientemente expurgados por curas que velarán por su moral o la "guerra del biquini" en una piscina zaragozana. Todo un ejemplo humorístico de la más castiza españolidad, para no perderse.
     

miércoles, 13 de mayo de 2015

BERLÍN, VERANO DE 1945

     Hace una semana apareció en algunos medios de comunicación españoles este vídeo en el que se muestra el estado de la ciudad de Berlín durante el verano de 1945, inmediatamente después del final de la Segunda Guerra Mundial (1939 - 1945).
     Tullidos, soldados aliados que pasean por la ciudad, civiles que contribuyen a las labores de desescombro de edificios en ruinas que se asemejan a esqueletos vacíos tostándose al sol berlinés, niños adoquinando calles contribuyendo así a la reconstrucción, mujeres mayores acarreando bártulos en improvisados carritos, tranvías supervivientes que abarrotados conducen a la exhausta población a sus destinos, la Puerta de Brandeburgo con el cartel anunciador del cambio de jurisdicción, retratos gigantes del omnipresente Stalin que recuerdan en qué zona de Berlín te encuentras, el jeep militar americano orgullo de su industria automovilística en tiempo de conflicto, la Cancillería del Reich de los mil años símbolo del efímero poder nazi, ecos de discursos triunfalistas en un Palacio de Deportes semiderruido... En definitiva, un tapiz hecho con los retazos de un mundo en guerra. 

martes, 28 de abril de 2015

UN REY BAJO EL APARCAMIENTO

Ricardo III (1452 - 1485)
     ¡No! No se me preocupen por el título de este encabezamiento, que ningún honorable miembro de la estirpe regia ha trocado los respetables cubiertos de plata de las recepciones oficiales por las menos glamurosas llaves inglesas de reparación de automóviles en el parking de un centro comercial. El hecho al que quiero referirme se remonta a algunos siglos atrás en el tiempo, concretamente a la  Batalla de Bosworth que tuvo lugar allá por 1485.
     Existió por aquel inquieto siglo XV un grave problema dinástico en el seno de la monarquía inglesa. Una guerra civil conocida como "Guerra de las Dos Rosas" (1455 - 1487) que enfrentó a las familias de los Lancaster contra los York, cada una representada en su emblema por una rosa roja y una blanca, respectivamente. De esta pugna emergerá la contrahecha figura de Ricardo de York (1452 - 1485), sobre todo si nos atenemos a las descripciones físicas que de él se hicieron (tanto en las crónicas como en el teatro, lean "Ricardo III" de Shakespeare y entenderán) y a las recientes pruebas que nos ha aportado la arqueología. Este personaje llegó al trono de rebote, pues era uno de los menores de entre sus hermanos, coronándose rey de Inglaterra en 1483 después de que sus sobrinos, legítimos herederos del reino, fueran encerrados en la tétrica Torre de Londres donde nada se sabe de su oscura desaparición, a la que probablemente contribuyó su querido tío por el ansia viva de reposar su torcido lomo en tan mullido y confortable asiento real, convenientemente acicaladas sus sienes con la preceptiva corona. Los dolores de espalda es lo que tienen, un sillón cómodo soluciona el trance.
     Pero como la alegría dura poco en la casa del pobre, este pasajero alivio sólo alcanzó hasta la mentada batalla, cuando el 22 de agosto de 1485 Ricardo III a la grupa de su brioso corcel, al que luego según Shakespeare querría cambiar por su reino, se enfrentó con su oponente Enrique Tudor. Por lo que sabemos, a pesar de esa escoliosis que arrastraba desde su tierna adolescencia y que le hacía tener unas hechuras algo dispares, el monarca despachó a varios oponentes de alcurnia camino del otro mundo hasta que fue traicionado por una facción de su propio bando, cayendo finalmente en combate (hecho éste que le valió, curiosamente, para ser el último rey inglés muerto en batalla). 
Restos de Ricardo III. Obsérvese el aspecto de su columna vertebral
     Y llegados aquí es donde comienza la peripecia que hace a sus huesos descansar bajo un parking del centro de la ciudad de Leicester. Su aporreado cuerpo (presentaba 10 lesiones, algunas de ellas incompatibles con la vida, que diría algún refinado doctor) fue colocado sobre un caballo y expuesto como su madre lo trajo al mundo, además de ahorcado post mortem. Semejante tratamiento fue una gentileza de Enrique VII, su otrora rival y ahora victorioso y flamante monarca. Tras el escarnio, los restos de Ricardo III fueron depositados en la iglesia franciscana de Grey Friars, pero como ocurre tantas veces, este edificio fue demolido en siglos posteriores, perdiéndose todo rastro de su tumba. 
     En 2012 gracias al trabajo de varios expertos se localizó el lugar y, más tarde, el esqueleto de un varón con daños en su columna vertebral y múltiples heridas compatibles con una muerte violenta. La comparación de ADN con alguno de sus actuales parientes confirmó la identidad del finado, que desde el pasado 26 de marzo de 2015 ha encontrado su eterno descanso en la catedral de la ciudad donde fue sepultado hace más de cinco siglos a toda prisa y sin pompa alguna. La Historia la hacen los que ganan, para muestra este botón.