Hace décadas, cuando la televisión estaba en pañales y no había llegado a la intimidad de nuestros hogares, el cine era la forma más genuina de espectáculo en el que informarse por medio del NO-DO o disfrutar evadiéndose con las grandes aventuras, y es que en el cine se podía hacer de todo (véase "Cinema Paradiso"). Esta situación creó importantes mitos de la gran pantalla, actores y actrices que desfilaban ante nuestros ojos como si fueran personajes bíblicos, históricos, o los más arraigados tópicos americanos, caso del detective con gabardina de cuello alto y sempiterno cigarrillo que se consume lentamente en unos labios que expresan, junto con el rostro que los enmarca, una mueca mitad incredulidad, mitad chulería (pónganle la cara de Humphrey Bogart y ya me dirán). Otro arquetipo fue el representado por la señora de muy buen ver, lo que los franceses definen como femme fatale, que arrastra al protagonista a la perdición más absoluta de la que no alcanza a librarse porque no puede o porque tampoco quiere. En ese punto y como habría dicho mi abuela, sarna con gusto no pica.
Es en este último caso, en el que la protagonista de esta entrada tiene mucho que ver. Se trata de Ava Gardner (1922 - 1990), de la que hoy se cumplen 25 años de su desaparición. Una actriz de los años dorados de Hollywood, los de las películas en blanco y negro que aún hoy encandilan a los cinéfilos, o de las grandes superproducciones que vendrían entre los años 50 y 60 a España, en las que por un bocadillo y unas pesetas que cambiadas a dólares no suponían casi nada se contrataba a todo un pueblo como extras haciendo de romanos en proceso de caída, cristianos en proceso de reconquista, rusos en proceso de sovietización o lo que el director de turno gustase de ver procesándose, que para hacer de bulto siempre hubo muchos voluntarios, entre ellos hasta futuros presidentes de gobierno como Adolfo Suárez.
Esta última referencia hispana viene al hilo, ya que la gran Ava Gardner, consumada especialista en el papel de femme fatale, fue una amante de nuestro país y de nuestros paisanos, puesto que además de casarse hasta en cuatro ocasiones tuvo una lista de romances entre la que se cuenta que estaba el torero Luis Miguel Dominguín (el padre de Miguel Bosé, para las nuevas generaciones). Sin duda, esta musa de los sueños más húmedos de los españolitos del momento, debió de ser una mujer de las que dejan huella, y es que aunque bautizada como "el animal más bello del mundo" apodo que parece ser detestaba, su silueta acodada en la barra del madrileño Bar Chicote con esa piel blanca y tersa, melena negra rizada, mirada cautivadora y profunda, senos turgentes, cintura estrecha, muslos acogedores, piernas interminables, y pare usted de contar que se me anima la parroquia y descarriamos varias almas cándidas, a buen seguro hicieron perder a más de uno el seso, la voluntad y muchas cosas más.