martes, 28 de abril de 2015

UN REY BAJO EL APARCAMIENTO

Ricardo III (1452 - 1485)
     ¡No! No se me preocupen por el título de este encabezamiento, que ningún honorable miembro de la estirpe regia ha trocado los respetables cubiertos de plata de las recepciones oficiales por las menos glamurosas llaves inglesas de reparación de automóviles en el parking de un centro comercial. El hecho al que quiero referirme se remonta a algunos siglos atrás en el tiempo, concretamente a la  Batalla de Bosworth que tuvo lugar allá por 1485.
     Existió por aquel inquieto siglo XV un grave problema dinástico en el seno de la monarquía inglesa. Una guerra civil conocida como "Guerra de las Dos Rosas" (1455 - 1487) que enfrentó a las familias de los Lancaster contra los York, cada una representada en su emblema por una rosa roja y una blanca, respectivamente. De esta pugna emergerá la contrahecha figura de Ricardo de York (1452 - 1485), sobre todo si nos atenemos a las descripciones físicas que de él se hicieron (tanto en las crónicas como en el teatro, lean "Ricardo III" de Shakespeare y entenderán) y a las recientes pruebas que nos ha aportado la arqueología. Este personaje llegó al trono de rebote, pues era uno de los menores de entre sus hermanos, coronándose rey de Inglaterra en 1483 después de que sus sobrinos, legítimos herederos del reino, fueran encerrados en la tétrica Torre de Londres donde nada se sabe de su oscura desaparición, a la que probablemente contribuyó su querido tío por el ansia viva de reposar su torcido lomo en tan mullido y confortable asiento real, convenientemente acicaladas sus sienes con la preceptiva corona. Los dolores de espalda es lo que tienen, un sillón cómodo soluciona el trance.
     Pero como la alegría dura poco en la casa del pobre, este pasajero alivio sólo alcanzó hasta la mentada batalla, cuando el 22 de agosto de 1485 Ricardo III a la grupa de su brioso corcel, al que luego según Shakespeare querría cambiar por su reino, se enfrentó con su oponente Enrique Tudor. Por lo que sabemos, a pesar de esa escoliosis que arrastraba desde su tierna adolescencia y que le hacía tener unas hechuras algo dispares, el monarca despachó a varios oponentes de alcurnia camino del otro mundo hasta que fue traicionado por una facción de su propio bando, cayendo finalmente en combate (hecho éste que le valió, curiosamente, para ser el último rey inglés muerto en batalla). 
Restos de Ricardo III. Obsérvese el aspecto de su columna vertebral
     Y llegados aquí es donde comienza la peripecia que hace a sus huesos descansar bajo un parking del centro de la ciudad de Leicester. Su aporreado cuerpo (presentaba 10 lesiones, algunas de ellas incompatibles con la vida, que diría algún refinado doctor) fue colocado sobre un caballo y expuesto como su madre lo trajo al mundo, además de ahorcado post mortem. Semejante tratamiento fue una gentileza de Enrique VII, su otrora rival y ahora victorioso y flamante monarca. Tras el escarnio, los restos de Ricardo III fueron depositados en la iglesia franciscana de Grey Friars, pero como ocurre tantas veces, este edificio fue demolido en siglos posteriores, perdiéndose todo rastro de su tumba. 
     En 2012 gracias al trabajo de varios expertos se localizó el lugar y, más tarde, el esqueleto de un varón con daños en su columna vertebral y múltiples heridas compatibles con una muerte violenta. La comparación de ADN con alguno de sus actuales parientes confirmó la identidad del finado, que desde el pasado 26 de marzo de 2015 ha encontrado su eterno descanso en la catedral de la ciudad donde fue sepultado hace más de cinco siglos a toda prisa y sin pompa alguna. La Historia la hacen los que ganan, para muestra este botón.