sábado, 3 de diciembre de 2011

LEYENDAS CORDOBESAS (II)

Aspecto actual de la Plaza del Conde de Priego, donde se sitúa la leyenda
     Continuando con las leyendas de la Historia de nuestra ciudad, otra de las más famosas es el conocido como "Crimen de los Comendadores", un acontecimiento ocurrido en el barrio de Santa Marina, a mediados del siglo XV, y recogido por muchos cronistas de la ciudad, como por ejemplo, D. Teodomiro Ramírez de Arellano en sus "Paseos por Córdoba". En la mencionada collación vivía el caballero veinticuatro (salvando las distancias, sería equiparable a un "concejal" actual) Fernando Alfonso de Córdoba y su esposa Doña Beatriz de Hinestrosa. En sus casas, situadas frente a la parroquia del barrio, eran visitados con cierta frecuencia por los primos de él, Fernando y Jorge de Córdoba y Solier, comendadores del Moral y Cabeza del Buey respectivamente y hermanos, a su vez, del obispo de Córdoba Don Pedro de Córdoba y Solier. 
     Pasado un tiempo, Jorge trabó relaciones íntimas con la esposa de su primo, Doña Beatriz y, por otro lado, Fernando con una criada o prima de la anterior, aprovechando las ausencias del señor de la casa para reunirse con sus amadas. Estas aventuras amorosas eran conocidas por todos los sirvientes, de manera que uno de ellos advirtió a Fernando Alfonso de su deshonra, preparando éste su venganza. 
     Simuló una partida de caza para salir de la ciudad, regresando en mitad de aquella noche de 1448 para pillar por sorpresa a los confiados amantes. Al entrar en su casa, se dirigió a sus aposentos sorprendiendo allí a Jorge, su primo en el lecho con su esposa, Doña Beatriz. Lleno de rabia, desenvainó su espada y lo mató sin darle tiempo a defenderse. Acto seguido se dirigió a la habitación en la que se encontraba su otro primo, Fernando con la criada o prima de Doña Beatriz, dándoles muerte también. Incluso, ebrio de sangre, asesinó a otra criada que acudió al lugar tras oír los gritos y llantos. Por último, volvió a su dormitorio con intención de castigar a su adúltera esposa, y tras ordenar que trajeran a un sacerdote de la cercana parroquia de Santa Marina, para que pudiera confesarse y no morir en pecado, le clavó una daga.
Otra vista actual de la zona del suceso
     Después de ajusticiar por su propia mano a todos, Fernando Alfonso tuvo que huir de Córdoba. Posteriormente, solicitó su indulto al rey, siéndole concedido el 2 de febrero de 1450, a condición de que marchara a combatir a la guerra que Castilla mantenía contra los musulmanes de Granada. Pero allí no concluyeron sus días, volvió a casarse con Doña Constanza de Baeza, teniendo descendencia. Falleció en Córdoba en 1478, reposando sus restos y los de su segunda esposa en la capilla de San Antonio Abad de la Mezquita de Córdoba. 

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